El otro día me agobié y saturé por una serie de cosas, y el resultado fue lo siguiente: me desinstalé la aplicación de WhatsApp, la de Instagram y me eliminé el Facebook. Olé.
Hice esta renuncia sin pensarlo mucho, porque si me ponía a pensar, sabía que encontraría un millón de motivos para no hacerlo, pero sentía una llamada muy fuerte a hacerlo y os quiero contar lo curioso de mi experiencia.
Me propuse como meta estar una semana sin redes sociales. A algunos les parecerá poco y a otros una eternidad. Os parecerá una tontería, pero las redes sociales forman parte de mi trabajo y la propuesta no era tan fácil. No solo eso, me encontraba totalmente adicta a utilizar el WhatsApp casi constantemente, a mirarlo todo el rato para "ver si había algo nuevo".
Mi WhatsApp y mi Instagram echaban humo: siempre había algo a lo que atender, un mensaje que contestar, un estímulo, un ruido.
Sin pensarlo mucho me quité todo ese ruido de encima. Pensaba: "esto me va a costar". ¡Qué equivocada estaba!
Quitarme de encima la mochila de las redes sociales esa semana le dio mucho descanso a mi mente porque ya no estaba todo el día sobreestimulada, ni con "deberes" de contestar mensajes.
A veces, con el WhatsApp, me sentía con la obligación de contarles a mis amigas qué me había pasado durante el día, y si me dejaba algo importante, me sentía mal. ¿Por qué? ¡No hace falta que estén informadas de todo! ¡Me puedo guardar cosas para mí! Las redes nos crean obligaciones invisibles.
Además, en este silencio que tiene la vida, (muy bello por cierto) no me había percatado de lo fuerte que puede hablarte Dios sin tanto ruido. El silencio es paz, la mente tranquila es paz, las redes sociales hacen ruido y rompen este silencio.
Esta semana se ha creado una intimidad preciosa entre Dios y yo, y en gran parte por eso quería recomendaros hacer lo mismo.
Reconozco que ante la idea de quitar las redes me sentí algo indefensa, y teniendo en cuenta que era verano y que no había avisado a nadie de mi huida (exceptuando mi foto de perfil de WhatsApp que decía: "no tengo WhatsApp, para cualquier cosa llámame") pensaba: "¡No me voy a enterar de las quedadas! ¡Si ahora todo se avisa por WhatsApp!"
No fue así.
Le había pedido a Dios que con su Divina Providencia me proveyera quedadas. Me regaló una semana con las quedadas más originales e inesperadas. No fueron con las personas de siempre y de las maneras de siempre. Fueron encuentros casuales con amigos distintos, ¡muy divertido todo! No había vivido antes esto. Ya no me acordaba de lo que se siente tener un padre en el Cielo que te cuida hasta en los más mínimos detalles y te da lo que necesitas en cada momento.
Los que de verdad te quieren se interesan por ti, y si eso significa llamar por teléfono, lo hacen. Y he redescubierto que el teléfono es mucho más divertido que los audios.
El día tiene un toque misterioso: nadie sabe dónde estás ni qué haces a no ser que te llamen o que quedéis. Me gusta guardarme toda esa información para mí y para Dios.
¿Os habéis fijado de que hay gente a la que le da pánico utilizar la llamada telefónica como medio de comunicación? Oye, ¡Que no es para tanto! Nos escondemos en medio de los tiempos de respuesta, los recibido, entregado y leído, entre los en línea y última conexión. Nada mejor que la transparencia del momento presente para disfrutar de la voz instantánea de las personas a las que amas, del diálogo presente y la naturalidad de la comunicación. Bueno, miento, aún es mejor en persona. 😊
La gente se alegra de oírte:" ¡Me has alegrado con tu llamada!¡Muchas gracias por haberme llamado!" Te dicen. Oye, el WhatsApp no tiene tan desarrollado ese súperpoder.
¿Y la cantidad de tiempo que perdía yo antes de dormir revisando las redes sociales y los mensajes? ¡Más de media hora! Sin redes apagaba la luz y listo.
¿Y la cantidad de tiempo que perdemos revisando las fotos nuevas del perfil de los demás? ¿Y sus estados?
¿Y la cantidad de tiempo que perdemos mirando tonterías en Instagram?
Una cosa que es importante e incluso preocupante: lo muy engañados que estamos pensando que conocemos a las personas a través de las fotos que suben o de los vídeos que comparten.
Emitimos juicios hacia las personas sin querer queriendo, casi constantemente, por el aspecto que tiene su Instagram o por las frases que escriben a pie de foto. Y también nos comparamos. ¡No es real! ¡No sabemos nada de nadie! Las fotos y escritos son una parte ridículamente pequeña de nuestras vidas. Y aún así, juzgamos. Y hacemos daño sin saberlo.
A mitad escribir esto me he puesto a hablar con unas amigas por teléfono. ¡Qué regalo oírlas felices!
Cuando me volví a descargar las aplicaciones después de una semana flipé: WhatsApp me decía: tienes 543 mensajes no leídos de 30 conversaciones 😱 ¿Whaaaat? Locuras. Tardó un siglo en descargarse todo y en restaurarse la copia de seguridad.
Pensaba que amaba WhatsApp, pero ahora he visto que lo odio un poquito. Ahora me dan más pereza los audios, abrir las conversaciones... Con lo bonito que era el teléfono. Yo seguiré usando la clásica llamada.📲
Este pequeño retiro me ha dicho muchas cosas y quería compartirlas. Puede que repita esto cada cierto tiempo, no sé lo que haré, pero no me quedo indiferente después de esto.
¡Gracias por leerme!
Irene Vila ✨
Instagram @irenevilaurra
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Canal de Youtube: Ciencia de ti
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También quiero hacer lo mismo, he dejado un poco el teléfono de lado. Me he dado cuenta cuánto tiempo pasó en el celular mirando Instagram o viendo Twitter.
ResponderEliminarTiempo que podría estar leyendo un libro o arreglando el jardín. He desinstalado todo menos WhatsApp porque realmente lo necesito.
Me gustaría dejarlo algún día
Saludos!